Pregón del dr. Ramón Calderón Nájera, con motivo del Día del Palentino Ausente, en el Teatro Principal de Palencia.
Habían sido cuatro horas de operación. Abrí el grifo. El agua arrastraba la sangre de tijeras y bisturí mientras encendía el móvil. El fregadero junto a los quirófanos reflejaba distorsionada mi cara mientras que ya, sin guantes, el agua discurría entre las manos. Era el ritual que ponía fin a la intervención. Sonó el teléfono. Un número desconocido, una propuesta irrenunciable y una despedida cariñosa. Carmen Fernández, la concejala de cultura de Palencia, acababa de ofrecerme ser pregonero del “Día del Palentino Ausente”. Me emocioné. Y entiendan esta emoción como la mejor forma de expresar mi agradecimiento por darme esta oportunidad.
Si nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, no me cabe duda de que mi río es el Carrión y mi vida Palencia. Es tanta la gratitud que siento por esta ciudad que tengo que reconocer que todo lo bueno que hago en mi trabajo y posiblemente en mi vida personal se lo debo a Palencia. Hace pocos días el magnífico pregonero literario Rafael del Valle, en este mismo lugar, parafraseó a Santa Teresa de Jesús, que nos definió a los palentinos hace cuatro siglos como “gente de la mejor masa”. Es probablemente el mayor elogio histórico que nos han realizado nunca.
Vinculado a este comentario, tengo que contarles que una de las frases que me han acompañado desde que llegué a Madrid hace ya veinte años, ha sido la recomendación “no cambies”. Diferentes enfermeras, médicos, especialistas en las diferentes artes de la medicina comentaban que a medida que los residentes van ascendiendo en el escalafón y comienzan a llegar los supuestos éxitos profesionales, en ocasiones, la figura de médico se rodea de arrogancia o vanidad que, en definitiva, lo aleja del paciente, lo distancia.
Ser de Palencia y haber respirado la bondad de esta tierra es lo que me ha mantenido cercano y humilde, la única manera de no traicionar el juramento hipocrático, acto solemne colofón de los estudios universitarios de medicina. Estoy orgulloso de los médicos y enfermeras que cada día ejercen con la mayor humanidad posible, con más paciencia de la esperada, la profesión más bonita del mundo y que también debe ser la más cercana. Eso les hace ser de la mejor masa.
Pienso que, si somos de la mejor masa, habrá habido unas manos que nos amasaron. El amasado es algo que acompaña al hombre desde su origen. Dice el Génesis que Adán nació del barro que amasó el Creador.
Bueno, pues entre todos esos barros, esas masas, la de los palentinos parece ser que es de la mejor. Sin embargo, hoy, dada mi profesión de cirujano plástico, no les voy a hablar de la masa sino de las manos, algo de suma importancia para nosotros, como imaginarán. Y así he querido estructurar este pregón, con seis breves capítulos que versan sobre Palencia y sus manos.
Capítulo 1. Las manos y el frío
Siendo pequeños mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí a clases de piano. Esas clases estaban detrás de nuestra casa del Paseo del Salón. No había peligro en ir solos andando a clase. Al salir del colegio pasábamos las frías tardes de invierno ensayando acordes y partituras de Vivaldi. Hacíamos lo que podíamos. Con cierta pena digo que no terminé la carrera de piano y muchas veces pensé que aquellos años habían sido años perdidos. Pero resulta que un cirujano plástico no sólo precisa formación y conocimientos, sino que necesita tener manos.
Estoy convencido que aquellas clases de piano en esos inviernos fríos me aportaron la destreza manual necesaria para el buen ejercicio de la cirugía. Esa habilidad fue adquirida en un piso de la zona, de niño, con la nariz helada, llegando a clase con el verdugo puesto después de haber comprado palotes en el Kiosko de Bernardo.
Ahora bien, aquel que amasa necesita un punto de vista artístico, una medida de la proporción. Aquí en Palencia ha quedado claro que hay buena masa, su gente. También encontré en esta ciudad la armonía necesaria para lograr un buen resultado estético. Hace poco pasé por el Lecrac. En la entrada hay escrito en letras grandes un verso de Miguel Hernández:
“Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca”
El poeta recordaba el frío de Palencia. Decía que le despejaba la cabeza.
Capítulo 2. Las manos de la tierra
El sitio donde nos encontramos. Este Teatro Principal. Hace poco estuve escuchando un concierto de Carlos Núñez en este mismo escenario. Ha sido uno de los mejores conciertos que he escuchado, no solo por el artista sino también por el lugar. Este teatro, con su paraíso, sus palcos, sus casi quinientas localidades, su historia, tiene mucha magia, es un lugar muy especial. No imaginé que poco tiempo después de escuchar aquellas gaitas y esos aires celtas, iba a ser yo quien me encontrara en el mismo sitio que el artista.
Cuando termine este acto y salgamos por su puerta, nos encontraremos con una pared de piedras blancas y una ventana mudéjar. Son las claras.
Recordad el poema que Unamuno le dedica, ese que dice: “porque este cristo de mi tierra es tierra”. Después de leerlo necesitas cinco minutos en silencio para reaccionar. Impactaban de otra forma su pelo y sus manos, que tanto nos llamaban la atención de niños y que al parecer crecían.
Ser cirujano plástico es ser escultor, ebanista… Los avances en la tecnología y la ciencia médica hacen que hoy en día podamos trabajar el cuerpo humano como antes se moldeaba y extraía la belleza a un fragmento de mármol. Nuestras cirugías persiguen la proporción corporal, la armonía de un rostro, eliminar signos del paso del tiempo en la mirada…
Palencia, de manera inconsciente, me aportó la medida de la estética y despertó en mí un enorme interés por la escultura. Crecer observando la simetría de la Torre de San Miguel, el equilibrio de la Catedral, la perspectiva de la Calle Mayor, la aliteración de sus soportales, la mesura de puentecillas… Toda esa herencia recibida cuando eres niño queda grabada y supone una manera diferente de ver el mundo. Una mirada que Palencia nos regala y proporciona una perspectiva bella de las cosas.
Recuerdo los veranos en Paredes; las puestas de sol inolvidables. La Plaza de Santa Eulalia y el monumento a Jorge Manrique. Y sus manos, lo mejor de esa extraordinaria escultura de Julio López Hernández, quien falleció este año. Esas manos perfectas, con la pluma de sus versos de pie quebrado.
Dicen que los italianos tienen buen gusto porque desde que nacen están rodeados de belleza. Aquí ocurre eso mismo. Por eso aprovecho esta ocasión para reivindicar la conservación de nuestro patrimonio, no tanto por un valor turístico o crematístico, sino por el valor inmaterial que supone para la población vivir rodeada de lugares bonitos. Ese patrimonio nos hace mejores.
Capítulo 3. Las manos de Berruguete
Ser de Palencia es una seña de identidad profunda y auténtica. Por eso, venir a Palencia es llegar a un lugar donde uno se encuentra a gusto, no solo física, sino también espiritualmente.
La energía que desprende su historia te empapa, sus gentes, sus lugares llenos de sabiduría. Por eso los ausentes en realidad no lo estamos tanto. Estamos presentes en cada recuerdo, en cada noticia y en cada vuelta a casa.
En Madrid, intento seguir la estela de lo palentino. Cada día llevo a cabo un itinerario que me carga de palentinismo y, además, hace que no me sienta extraño en la ciudad. Todas las mañanas salgo a correr para hacer deporte. Me enfundo las zapatillas y comienzo mi recorrido. Junto a la clínica donde trabajo se encuentra en la Calle Serrano una espectacular escultura dedicada a Alonso Berruguete. Custodia la entrada al Museo Arqueológico Nacional.
Otras manos, las de este palentino que se encargó del sepulcro del cardenal Tavera que se encuentra en la Catedral de Toledo. Al verlo, el viajero francés del siglo XIX, Gautier, dijo que aquella obra no estaba esculpida, sino amasada.
El Museo Arqueológico me recuerda al mundo vacceo, al romano… Tantas conexiones con Palencia y con La Olmeda. Vuelven a aparecer en mi cabeza manos palentinas, las de esa tésera de hospitalidad que apareció en la ciudad dormida de Intercatia en el yacimiento de Paredes de Nava y que recorríamos de niños buscando trozos de terra sigilata entre campos de arado y sol.
Son dos manos entrelazadas realizadas en bronce y que representan un pacto entre palentinos hace dos mil años. Esas manos son un pacto jurídico pero sobre todo son un símbolo universal de acuerdo.
Capítulo 4. Las mejores manos del siglo XX
Sigo corriendo y entro en el Parque del Retiro. Rodeado de castaños llego al monumento a Pérez Galdós. El trabajo de las mejores manos españolas del siglo XX, las manos de Victorio Macho, está presente en el corazón de Madrid. Continúo corriendo, dejo atrás su monumento a Jacinto Benavente. Sigo por esa senda flanqueada por enormes árboles, de verde, de sombra y llego hasta la composición que representa a la ciencia médica con forma de mujer y que Victorio Macho esculpe en honor a Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de medicina en 1906.
Precisamente en el Hospital Ramón y Cajal es donde me he formado como especialista en cirugía plástica. En su hall principal hay unas enormes láminas con sus trabajos y su reconocida frase: “todo hombre puede ser si se lo propone escultor de su propio cerebro”. Aquellos dibujos sobre las conexiones entre las neuronas dan la impresión de ser manos que se tocan entre sí, tan parecidas a las manos de la cúpula de la Capilla Sixtina, quizás las manos más famosas de la historia, obra de Miguel Ángel, el mejor.
Salgo del Retiro, callejeo un poco, acelero el ritmo. Levanto la mirada y me encuentro con el imponente romano de más de siete metros de altura que domina la Calle Gran Vía y que lleva allí desde 1930 cuando lo colocó Victorio Macho.
Es como si estuviera en casa, vuelvo a la infancia, a esa admiración permanente por el escultor. Nació en una casa frente al Colegio La Salle donde estudié; allí colocaron una placa siendo yo niño, su ventana debía de dar al patio, le imaginábamos mirándonos jugar. Y aparece en mis recuerdos, cómo no, el Cristo del Otero, obra art decó, del mismo estilo que el romano de la Gran Vía. Cada uno en su atalaya, uno contemplando la ciudad que le engendró y otro divisando la capital de España. Y las dos manos del Cristo del Otero bendiciendo a los palentinos; esas dos manos gigantes que protegen la ciudad.
Capítulo 5. Las manos de los grandes se encuentran
Regresa a mi cabeza la historia de Victorio Macho. Cuando era niño, visita con su padre el Museo Nacional de Escultura y descubre a Alonso Berruguete, a quien nunca dejará de admirar. El círculo se cierra. No puede ser casualidad.
El mejor escultor del siglo XX, palentino, se inspira en el mejor de nuestra historia, también palentino, Victorio Macho y Alonso Berruguete.
Este último, palentino ausente en Valladolid, pero también en Italia donde acudió como su padre Pedro Berruguete a formarse y beber de las mejores fuentes.
“el portador de esta carta es un joven español, el cual ha venido a Florencia para estudiar pintura, y me ha pedido que trate de facilitarle ver el boceto que empecé para la sala. Así pues, haz el favor de facilitarle las llaves, y si le puedes ayudar en cualquier forma , hazlo así por mí, pues es un joven muy prometedor” (Miguel Ángel)
Y hoy en día cuando visitamos la Galería de los Uffizi en Florencia, junto a la obra de Miguel Ángel, podemos ver la obra del palentino Alonso Berruguete, por aquel entonces también palentino ausente.
Todos ellos, Victorio Macho, Alonso Berruguete y Miguel Ángel, con un objetivo en su vida, la búsqueda de la belleza. Imagino sus manos amasando los mejores trabajos que ha realizado nunca el hombre. Y esa admiración de Macho a Berruguete se hace piedra y bronce en el monumento que se encuentra en el centro de la Plaza Mayor de la capital palentina.
Capítulo 6. La mano de Laocoonte
El año pasado el Museo Nacional de Escultura de Valladolid celebró una exposición monográfica sobre Alonso Berruguete. La exposición se titulaba “Hijo del Laocoonte. Alonso Berruguete y la antigüedad pagana” y tiene su origen en la fructífera estancia de Berruguete en Italia.
Quiero hablarles de Laocoonte y sus hijos en mármol blanco, que puede explicar por qué soy cirujano plástico y cuánto le debo a Palencia. Es una historia que engloba el eterno debate entre lo objetivo y lo subjetivo de la belleza y que me acompaña cada día cuando analizo cómo operar una rinoplastia, cómo incorporar una nueva forma de nariz en el conjunto de un rostro para que el resultado sea armónico, proporcionado y en definitiva nos parezca más bello.
La escultura griega del siglo primero antes de nuestra era y que ahora puede visitarse en los Museos Vaticanos, fue hallada casualmente y desenterrada en las afueras de Roma en 1506. Representa al sacerdote Laocoonte y a sus hijos, quienes según la mitología griega son devorados por serpientes marinas al haber traicionado a los dioses. El descubrimiento de esta escultura perdida fue un gran espectáculo en pleno renacimiento. A la composición le faltaba el brazo de Laocoonte y el debate giraba en torno a si el brazo debía estar estirado o flexionado para que el conjunto transmitiera toda la belleza de esta escultura inmensa de dos metros y medio de alto.
El escultor palentino Alonso Berruguete por esas épocas se encontraba en Italia perfeccionando su técnica con el mismísimo Miguel Ángel y participa en el debate artístico. Miguel Ángel insiste en que la belleza de la obra es mayor cuando el brazo ausente del sacerdote se coloca flexionado detrás de su cabeza, pero no se le tiene en cuenta y las restauraciones se realizaron con el brazo estirado.
Sin embargo, la verdad sobre la posición del polémico brazo no llegará hasta el siglo XX y por una casualidad increíble. En 1905, un arqueólogo localiza el brazo original del Laocoonte en una vieja tienda de antigüedades de Roma, a pocos metros de donde la escultura había sido encontrada cuatrocientos años antes. La continuación de esta historia es de sobra conocida: el brazo estaba flexionado como había defendido Miguel Ángel desde el primer momento.
Fueron necesarios cuatro siglos de debate entre lo objetivo y lo subjetivo de la belleza los que dieron la razón a Miguel Ángel, que representa el exponente máximo del análisis de la forma y de lo que consideramos belleza.
¿Comprenden hasta qué punto es complejo ser cirujano y escultor, ser médico y creador de belleza, analizar los deseos de cada paciente pero mantenerse fiel a la proporción áurea? ¿Comprenden ustedes las inquietudes de un cirujano plástico palentino del siglo XXI?
Creo que era Azorín el que decía que cuando pronunciaba la palabra Castilla se emocionaba. A mí me pasa algo parecido con la palabra Palencia. Son innumerables los lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos. Todos ellos nos acompañan cada día y ejercen una fuerza de atracción para que regresemos a casa. Estoy intentando transmitirles un sentimiento sano e integrador de orgullo hacia la tierra que nos vio nacer.
Palencia no es un sitio, no es un lugar concreto de Tierra de Campos. Palencia para aquellos que vivimos fuera es un estado, un consenso con uno mismo, un lugar no conflictivo al que rodea un paisaje familiar donde todos hemos forjado nuestros primeros sueños. Son los cuadros de Meneses, el Monte el Viejo y la Huerta Guadián.
Palentinos, el futuro está en nuestras manos. Sueño con una Palencia fuerte, aguerrida, orgullosa de su patrimonio, de su gente, de su modo de vivir. En especial sueño con que todos los palentinos ausentes vuelvan a Palencia, en Ave, por la autovía de Santander y por la de Valladolid, por las carreteras secundarias, por ese río que es el Carrión. Sueño con que los ausentes aparezcan desde esos cielos azules y esos soles de infancia… Sueño con que todos absolutamente todos juntemos nuestras manos y miremos con optimismo el futuro.
Discúlpenme. Acabo de caer en la cuenta que ese sueño se hace realidad todos los años, cada dos de septiembre. Cuando las tierras están segadas y el cierzo acaricia nuestras noches, llega San Antolín. Y entonces el santo obra el milagro. Nos junta a todos, los que nos fuimos y los que os quedasteis; y en torno a una cripta bebemos el agua de la Palencia ancestral. Los ausentes también somos Palencia. Y es que, el auténtico éxito en la vida es que tus hijos quieran pasar tiempo contigo cuando nos hacemos mayores. Y este es el éxito de Palencia; que tus hijos queramos pasar tiempo contigo. Hoy solo echo en falta a mi padre. Vino de Cádiz y se quedó para siempre. También se emocionaba con la palabra Palencia. Si estuviera hoy aquí gritaría conmigo: ¡Viva San Antolín! ¡Viva Palencia! (Ramón Calderón Nájera).
(Pincha aquí para ver el discurso completo en nuestro canal de youtube)
Alfonso Polanco, alcalde de Palencia.
Carmen Fernández, concejala de Cultura de Palencia.