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Cuerpo y mujer. Exaltación de la belleza femenina

2 Mar, 2014 | Noticias y actualidad

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Y ya sabéis, amigos, la búsqueda de la belleza es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo”. Así despedía Ramón Trecet a su audiencia de Diálogos Tres, día a día a lo largo de 19 años. Al escucharlo, tenías la impresión de que no se estaba refiriendo únicamente a la música. Su búsqueda de la belleza se traducía en una idea vital, en un objetivo o explicación de algo mucho más profundo. En cualquier profesión o ámbito de la vida la belleza está presente.

Cuando un arquitecto triunfa tiende a separarse de su formación más técnica para acercarse al mundo del artista, buscando la singularidad de su obra. Surge así el análisis de si la belleza es inherente al propio proceso creativo de un proyecto o es consecuencia final de la buena arquitectura. El arquitecto Frank Gehry reflexiona al respecto: “Todavía me resulta difícil definir qué es la belleza; tan pronto como tratas de hacerlo, ella te rompe tus esquemas.

La belleza es escurridiza”. Los efectos de la belleza pueden ser admiración, complacencia y amor o tendencia a la posesión. El fundamento de todo arte es la “la imitación de la naturaleza bella”. En el poema de Dámaso Alonso “Oración por la belleza de una muchacha” afirma “mortal belleza eternidad reclama” y no creo que se esté refiriendo a la mortalidad en sí, sino a la caducidad de la belleza de la muchacha. El placer proporcionado por quien contempla y estima la belleza de otro también proporciona satisfacción a quien la genera, incluso independientemente de la objetiva complacencia externa, dado el carácter subjetivo de la belleza.

Trasladado el debate al ámbito de la salud, ¿queda hueco en la medicina para la belleza?;  ¿el enfoque estético de la cirugía transgrede los principios éticos de la medicina?; ¿debe una persona operarse si no existe patología previa? El debate sobre la legitimidad de esta injerencia médico-estética es un debate abierto que, curiosamente, no se discute en otras disciplinas -incluso en otras prácticas extendidas como el culto a los tatuajes o al piercing-. La manifestación de obras humanas buscando la belleza en otros ámbitos no se cuestiona como se está haciendo cuando aparece el bisturí. La reclamación de la perennidad de la belleza por un poeta de la Generación del 27 parece cargada de credibilidad.

Pero si lo que Dámaso Alonso pide en su plegaria lo satisface un cirujano, no estará tan bien visto. Si un milagro, un don sobrenatural o una genética afortunada consiguen determinadas proporciones y las prolongan en el tiempo, todos lo veremos con buenos ojos. Si ese efecto lo consigue la mano del médico experto, ¿existirá trampa? ¿por qué? Ese es el debate, que en el caso de la mujer se agudiza por las connotaciones históricas que envuelven nuestra sociedad. Dentro de la propia profesión existen opiniones polarizadas, desde la postura de quienes consideran que el cirujano plástico que acepta los deseos del paciente viola el juramento hipocrático, a aquellos otros que creen que se trata de un profesional de la salud que corrige defectos anatómicos con el fin de satisfacer determinadas necesidades humanas. Si seguimos la definición de salud de la OMS: “Estado completo de bienestar físico, mental y social; y no solamente ausencia de enfermedad”, la incursión de la cirugía plástica puede generar nuevas percepciones de la belleza humana.

El término plástica significa modificar la forma; y son las artes plásticas las que utilizan materiales flexibles o sólidos modificados a voluntad del artista. Se incluyen la arquitectura, la escultura, la pintura, el dibujo, la fotografía, el grabado, el moldeado, la cerámica, la alta costura, la joyería y, también, la cirugía plástica. En nuestra actividad «reparadora», los cirujanos plásticos, intentamos llevar a la normalidad los defectos congénitos, los adquiridos tras traumatismos o accidentes, o las secuelas de otras cirugías o especialidades médicas. En nuestra actividad «estética» mejoramos el aspecto externo de las personas. La cirugía estética es en este sentido una expresión artística sobre el cuerpo humano, cuyos efectos van más allá de la mejoría física; se traducen también en un bienestar psicológico. El paciente no sólo se ve distinto, sino que se siente mejor. La imagen lo envuelve todo. La tecnología apuesta por la comunicación a través de la imagen y  nos ofrece de manera cada vez más sencilla transmitir lo que vemos, qué estamos haciendo o quiénes somos a través de dispositivos inteligentes, páginas web o redes sociales.

Nuestro cuerpo es nuestra carta de presentación; de ahí la importancia que siempre ha tenido a lo largo de la Historia. La belleza ha sido y es sinónimo de buena salud e incluso de ser superiores moralmente. Documentos que ahora nos resultan sorprendentes eran comunes en 1800: «las personas de buen aspecto son moralmente mejores, por lo general, que las feas»; y en esos mismos documentos se quejan de que «el país lo invaden mujeres de anchas caderas, baja estatura, piernas achaparradas y caras inexpresivas carentes de toda belleza».

Ya en el Egipto de los faraones, los cirujanos se preocupaban por el aspecto estético de sus intervenciones. En la milenaria medicina china, en la medicina árabe o en la medicina de la Edad Media se describen procedimientos para eliminar defectos estéticos. En el Renacimiento se empieza a hablar ya abiertamente de cirugía estética o plástica para tratar de paliar las secuelas de enfermedades como la sífilis o determinados traumatismos faciales. El profesor de la universidad de Bolonia Gaspare Tagliacozzi, desarrolló en 1560 un método para recuperar la nariz: «una persona sin nariz está abocada a ser infeliz y esta infelicidad podría hacerle enfermar físicamente».

La primera intervención nasal o rinoplastia en la India se realizó en 1794, perviviendo hoy en día esta técnica quirúrgica con la denominación «plastia o colgajo Indio». El descubrimiento en 1846 de la anestesia por Green Morton hizo posible la difusión de todo tipo de cirugía, entre ellas la cirugía plástica. La primera abdominoplastia se realizó en 1899. En 1901, Susane Noel realizó en París el primer lifting facial. Y la primera cirugía transexual tuvo lugar en 1920. A partir de 1950 la operación de aumento de pecho va tomando cada vez más importancia.

El Dr. Bames decía en esos años: «tener poco pecho causa más alteración de tipo psicológico que físico, y los pechos pequeños se han convertido en una cuestión médica». En 1970 nace la liposucción. Y actualmente presenciamos una expansión sin precedentes de la cirugía estética a todos los ámbitos culturales, étnicos, sociales y económicos, con la peculiaridad de que el paciente ya no esconde el hecho de haberse operado sino que lo expresa como una decisión que ha tomado como protagonista y dueño de su existencia.

Analizando los distintos cánones de belleza femenina en la Historia, desde el paleolítico nos llega la Venus de Grimaldi (25000 A.c.) en la que se representa y ensalza la mujer fértil con anchas caderas que  se asocian a un «cómodo» canal del parto y a grandes pechos que simbolizan las reservas de lactancia para la cría. La Venus de Willendorf (25000 A.c.) y distintos bajorrelieves asocian la imagen de la mujer como ser reproductor.

Esta asociación cambia posteriormente y Nefertiti hace 3.500 años es representada de manera estilizada, elegante y adornada como corresponde a una mujer con importancia política y social. Los griegos representan a Afrodita (300 A.c.) con proporción, destacando la belleza facial y corporal; y jugando con la postura, el pelo y los adornos. Desde Roma nos llega la Venus de los Médicis (sIII A.c.), la Venus Capitolina (150 A.c.) o Faustina la joven, esposa del emperador Marco Aurelio, en la que llaman la atención la proporción, las curvas, la feminidad y el cuerpo joven.

Los artistas del Renacimiento como  Botticelli (1488) con «El  nacimiento de Venus» esculpen y pintan a una mujer proporcionada que recuerda el ideal de mujer griego y romano. No podemos pasar por la Historia sin destacar la “Venus del espejo” de Velázquez (1651), “La maja desnuda” de Goya (1797) o “Adán y Eva” de Rubens (1605). También existen representaciones que se escapan de la norma, de la proporción.  En el siglo XV el Maestro del Bajo Rhin pinta una mujer de extrema delgadez en «Magia Amorosa»; el mismo Rubens en 1605 representa «Las tres Gracias» con signos de sobrepeso. Impresionistas como Renoir en 1918 con “Las bañistas”, o artistas contemporáneos como Botero seguirán estas pautas.

Esto nos lleva al debate de si en la belleza existe un canon universal o sólo modas pasajeras. Bello es aquello que presenta armonía dentro de cada etnia. No hay un criterio universal de lo que es belleza pero podemos diferenciar una belleza objetiva y una subjetiva. La belleza objetiva viene definida en «la divina proporción». Los seres humanos tenemos integrado en nuestros genes un ideal de belleza que persiste a lo largo de los siglos. El número de Fibonachi o número phi es el 0,618 y corresponde a las proporciones que nos muestra la naturaleza en las plantas, las flores, los panales de las abejas, rocas, la distribución de la galaxia, etc., y esta proporción relacionada con el número áureo es el 62%. La extensión de Fibonachi al cuerpo humano es descrita por Leornardo da Vinci en “El hombre de Vitruvio”.

En él, tomando el ombligo como centro corporal, descubre que nuestro cuerpo esconde la divina proporción y describe curiosidades como que el espacio entre los dos ojos tiene el mismo tamaño que el ojo; la oreja y la nariz tienen la misma longitud que el dedo pulgar; la oreja tiene la misma inclinación que la nariz; el ojo tiene el mismo tamaño que la base de la nariz; … y, por lo general, alguien nos parecerá atractivo si sus rasgos se asocian a estas proporciones y nos resultará extraño si tiene los ojos muy separados o su base de la nariz es muy ancha y no guarda la divina proporción. “La Venus de Milo” representa la proporción y califica algo como objetivamente bello, armónico para la sensibilidad humana. La belleza en su parte objetiva es simetría, proporción y nuestra sensibilidad está condicionada por las proporciones presentes en la naturaleza. Consideramos sexualmente atractivos aquellos estímulos corporales que se asocian a un mayor potencial reproductor.

La simetría corporal es signo de buen sistema inmunológico y por tanto más defensas contra las enfermedades y un individuo más sano. Nuestro cerebro actúa como un radar e identifica en milésimas de segundo si alguien le parece atractivo o no, ya que detecta esos signos de proporción y simetría que le avisan de que lo que vemos es sano y «agradable»  para la reproducción. La parte subjetiva o relativa de la belleza viene definida por lo que se parece al entorno en el que vivimos, lo semejante. Esta parte subjetiva de la belleza es influida por modas o costumbres sociales del momento. Así vemos que se consideran bellos los cuellos alargados artificialmente en determinados grupos étnicos de África, los pies pequeños en determinadas regiones de China, las perforaciones auriculares, los dientes de oro o la palidez en la piel de la cara en el siglo VII.

También es parte subjetiva de la belleza el modo en que consideramos la postura corporal, la juventud, la mirada, el carácter, la piel, … Por tanto, la estética no es rigidez. La belleza es variable, cambiante y está influida por múltiples factores, unos objetivos y otros subjetivos, siendo la combinación de todos los que hacen múltiple y cambiante lo que consideramos bello sin poder limitarnos únicamente a un número o a lo que es estrictamente la forma. Los sentimientos, nuestra capacidad de adaptación y los procesos cerebrales del enamoramiento hacen que sintamos atractivos a personas que se alejan de los patrones clásicos de belleza.

En la actualidad, el 64% de la población de Estados Unidos y el 53% en España tienen sobrepeso, y la obesidad se asocia cada vez con más fuerza con enfermedad. El objetivo de la cirugía estética es la felicidad. La salud es un estado de bienestar y con la cirugía estética no buscamos la perfección, sino mejorar con naturalidad. La belleza física no basta para encontrarse bien sino que es la armonía entre el interior y el exterior lo que lleva a la felicidad. Estudios en psicología positiva evidencian  la importancia de la autoimagen y demuestran que las personas hermosas tienen mayor autoestima, son más seguras profesionalmente y en sus relaciones sociales, y se sienten mejor y más seguras en sus relaciones afectivas.

Estados Unidos ocupa el primer lugar en número de intervenciones estéticas y España el cuarto puesto. En España, un 14% de la población se ha realizado algún procedimiento estético. El sector tiene un crecimiento anual de un 15% y sólo en España se practican 800 cirugías estéticas al día; más de 100.000 operaciones anuales. El 85% de las intervenciones se practican a mujeres; el 80% a menores de 50 años y un 22% a menores de 30 años. Un 43% de las operaciones se realizan al grupo de edad que va de los 30 años a los 44 años. El aumento de pecho es la operación más demandada (un 22% del total de operaciones), seguido de la lipoescultura (un 18% del total).

Finalizo con la anécdota histórica del grupo escultórico griego “Laocoonte y sus hijos”, ejecutada en mármol blanco por Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas. De datación controvertida, aunque se considera una obra original de principios de la era cristiana, representa el momento en que el sacerdote Laocoonte y sus dos hijos son atacados por serpientes marinas enviadas por Atenea. Con una altura de 2,45 metros es un claro ejemplo de la sensación de movimiento y expresividad; todo ello realizado con una técnica increíble. En 1506, en un viñedo de la Colina del Esquilino de Roma, sobre lo que en época antigua había sido el palacio de Tito y anteriormente la Domus Aurea de Nerón, apareció lo que parecía una escultura de época clásica. Rápidamente el Papa Julio II  mandó allí, para valorar el descubrimiento, a dos de sus mejores artistas: Sangallo y Miguel Ángel.

El descubrimiento fue todo un espectáculo en Roma. El Papa se hace con ella, se la compra al descubridor y la lleva a los Palacios Vaticanos atravesando las calles de la ciudad en un desfile triunfal. El aspecto inicial debía ser el del grabado de Marco Dente realizado pocos años después del hallazgo y que se conserva en el Metropolitan de Nueva York: la obra había perdido algunas de sus partes más frágiles como los brazos de los hijos de Laocoonte,  pero sobre todo faltaba el potente brazo derecho del padre, cuya postura determinaba de manera decisiva la composición de la escultura. Pronto comenzaron las especulaciones sobre cómo debía de ser el miembro amputado y sus restauraciones. Había quien opinaba que el brazo debía de estar doblado y los que defendieron que el brazo original debía de estar extendido. Cada uno de los artistas que reinterpretó el grupo colocó el brazo en una posición diferente, algunos con más acierto que otros.

Miguel Ángel, seguramente el más grande artista de todos los tiempos, fue partidario de que el brazo debía ser restaurado en posición doblada. A lo largo de los siglos se realizan distintas restauraciones e interpretaciones de cómo debía ser el grupo escultórico. Así se  realizan brazos de cera o de terracota que se van acoplando al grupo de mármol según distintos criterios. Por ejemplo, en 1532 Montorsoli realizó su versión en terracota y con el brazo estirado. Sin embargo, la verdad sobre la posición del polémico brazo no llegará hasta el siglo XX y por una casualidad increíble. En 1905, el arqueólogo Ludwig Pollac localiza el brazo original del Laocoonte en una vieja tienda de antigüedades de  la vía Labicana, a pocos metros de donde la escultura había sido encontrada 400 años antes. El final de esta historia es de sobra conocido: el brazo estaba flexionado como había defendido Miguel Ángel.

Cuando escuché por primera vez esta historia todavía no era cirujano plástico y me atrajo lo novelesco del relato, el momento en que el arqueólogo encuentra el brazo en la tienda de antigüedades y lo hace coincidir con el resto de la escultura. He pensado muchas veces en ese momento, en cómo se sentiría aquel hombre que colocó casi 20 siglos después de su ejecución el verdadero brazo en su sitio. He pensado en cómo desde un primer momento Miguel Ángel sugirió que el brazo debía de haber sido esculpido en la posición doblada. Se me han planteado muchas preguntas en torno a la cirugía, la belleza objetiva, la restauración artística y el brazo de Laocoonte. Fíjense, tan solo alguien como Miguel Ángel  fue capaz de ver con claridad la contestación a una pregunta aparentemente tan sencilla como si el brazo había de estar extendido o doblado. Cuatrocientos años, una casualidad de novela para saber la verdad de una reconstrucción de un brazo. La paciente, una escultura de mármol. El cirujano, Michelangelo Buonarroti. ¿Comprenden ustedes las inquietudes de un cirujano plástico del siglo XXI?

(Ramón Calderón Nájera. Cirujano Plástico)

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